martes, 5 de noviembre de 2013

"Viaje al interior del Triatlón Iberman (Huelva- Portugal)" por Javier Gil Espinosa.

Un viaje de 226 kilómetros en tu interior

Texto: Javier Gil Espinosa.


“De qué hablo cuando hablo de correr” cómo diría Hariku Murakami o, al caso, de “de qué hablo cuando hablo de afrontar un triatlón distancia Ironman” podrían ser otros títulos para explicar las sensaciones que el amigo Antonio me solicitaba tras realizar la prueba de triatlón IBERMAN celebrada entre España (Huelva) y Portugal el día 5 de octubre de 2013.

Los kilómetros aludidos hay que calificarlos en función de su distribución porque, de lo contrario, podríamos caer en errores de consideración.

Son muchos quienes preguntan por el “puesto que has quedado” o “todas las cosas que dejas de hacer – normalmente en referencia a beber alcohol- para preparar una prueba de estas características”, evidentemente no es mi intención juzgarles porque muchos son amigos e incluso familia pero si ha sido tu pensamiento al leer el primer párrafo te aconsejo dejes la lectura y te tomes un cubata, ¡a mi salud!
Sin lugar a dudas, afrontar una prueba de estas características requiere una dedicación entre 10 y 14 horas semanales de entrenamiento, los cual no condiciona la vida profesional y personal en absoluto.

Centrándome en la prueba y, mis sensaciones, no puedo negar que cuando sonó el despertador a los 5:00 horas no pasaba otro pensamiento por mi cabeza que por qué estaba allí. Te levantas y bajas a desayunar, con el primer café y el ambiente del restaurante empiezas a soñar de nuevo, a soñar con terminar la prueba, a soñar con no sufrir, a soñar con experiencias únicas.

Armado con el neopreno y en la oscuridad de la noche preparas la máquina de rodar y los últimos detalles mientras saludas a compañeros y, poco a poco, el sol va marcando los tiempos.

La adrenalina se dispara al contacto con el agua del mar, por un lado el miedo a la melé en un medio “enemigo” como es el acuático y por otro al test que servirá para juzgar el trabajo de un año completo de entrenamiento. Ya no hay vuelta atrás, ¡disparo!, y a buscar la primera boya en el mar. Afortunadamente, me sitúo entre un buen grupo de nadadores y la temperatura del agua es agradable, sobre todo considerando que son las 8,14 horas de la mañana. Para mi sorpresa, salgo del agua en 40 minutos con 1,9 kilómetros nadados y “entero” físicamente, así que de nuevo al agua y ¡a disfrutar! Mientras tiro de la cremallera de mi neopreno y corro en busca de mi bicicleta, miro el crono que marca 1 hora y 21 minutos a mi salida del agua, completando los 3 kilómetros y 800 metros de nado.

No ha prisa, esto es muy largo, así que me quito toda la arena de los pies, me aseguro de coger la comida, herramientas y útiles necesarios y comienzo a “cabalgar” en solitario. El recorrido en bicicleta acumulaba 2000 metros de desnivel de ascenso pero nos aseguraban que la segunda parte sería llevadera y nos beneficiaría. Nada más lejos de la realidad, los 180 kilómetros fueron un sube/baja continuo y, para colmo, los primeros 90 kms con un viento considerable en contra. Así que, “piano-piano”, rápidamente decidí que mi intención de rodar a una media de 30 Km/hora y completar el recorrido en 6 horas sería una temeridad. Por tanto, me preocupé de avituallarme correctamente mientras mantenía un ritmo medio de pedaleo. El ánimo del numeroso público, el calor de todos los voluntarios en los puntos de avituallamiento y de control hacía que los kilómetros y minutos no pesasen. Para mi sorpresa, pronto me encuentro en el kilómetro 150 de pedaleo con el cuerpo aún rebosante de energía, y la mente lúcida recordando lo vivido pero temerosa a comenzar la maratón.

La bicicleta ha cumplido sin contratiempo mecánico y se merece descansar en la T2 (transición 2), después de 6 horas 40 minutos de trabajo continuo y solitario.

Todo mi temor se centra en la respuesta muscular tras calzarme las zapatillas y comenzar el trote suave, “como comiencen los calambres será una tortura”, pero mi temor se va convirtiendo en confianza cuando compruebo que metro tras metro puedo ampliar la zancada e ir restando kilómetros con una carrera alegre. Sin embargo, los años no pasan en balde, y ya son muchos los kilómetros recorridos en solitario durante los entrenamientos y otras pruebas deportivas para dejarme llevar por un estado de euforia que no hubiese acabado de otra forma que con fracaso deportivo. De hecho, y gracias, a mantener un ritmo uniforme y controlado, puedo superar, inmerso en la preciosa marisma, la distancia entre los kilómetros 20 y 25 de carrera, cuando llegó el momento de demostrar mi fortaleza mental para evitar comenzar a caminar y, posiblemente, convertir el final de la prueba en un sufrimiento continuo.

Aún así, a partir de ese kilómetro 25 de carrera, calculo que unas 10 horas de esfuerzo continuo, comienzo a experimentar sensaciones físicas y mentales que ninguna otra prueba deportiva ni personal me había aportado. Pero como los kilómetros eran previsibles, el organizador se había encargado de que las condiciones no lo fuesen. Es por ello que me encuentro con 2 kilómetros de arena blanda entre un hermoso pinar antes de afrontar el paseo marítimo que me lleva a pasar por zona de meta, pero restando aún 10 kilómetros para completar los 42,2 Km. de carrera.
Las emociones me superan al oír al público y pensar que el reto está prácticamente conseguido pero, como todo fondista conoce, la razón y el conocimiento propio deben imponerse a los sentimientos. Y vuelvo a sorprenderme, soy capaz de regular mi esfuerzo a sabiendas de que los 10 últimos kilómetros de carrera podrían hacerse insoportables.

¡Qué me alegro! Cuando llegamos al final del paseo marítimo y nos desvían hacia la playa, ¡más arena! ¡¡NO!! ¡Habían dicho que quitaban la arena y corríamos el final en el paseo marítimo! ¡Menos mal que regulé! ¡Durísimo! ¡Demoledor! ¡Arena dura en la orilla pero con mucha inclinación! ¡Soledad absoluta! ¡Tramos largos inevitables de arena blanda! ¡Sumamos 6 nuevos kilómetros de arena entre playa y zona de dunas!

De nuevo en el paseo marítimo, cada zancada acercaba más las luces y la voz del “speaker”, ya no eran zancadas eran batidos de alas, parecía que estaba tocando el agua del mar con los pies en esos momentos, como si el tiempo entre las 8.14 h. de la mañana y las 20.30 de la noche no hubiese existido a pesar de haber recorrido unos 224 kilómetros.

Si has llegado a este párrafo, eres de los que pueden imaginar lo que pasa por la cabeza en esos momentos y entenderás que la satisfacción personal es enorme al acordarte de la gente que te rodea en el día a día, de las personas a las que quieres. La vida toma sentido en sí misma y sabes que te conoces mejor, que has recorrido 226 kilómetros en tu interior durante 12 horas y 21 minutos.

¡El límite lo pones tú!


(Javier Gil es doctor en Educación Física y Triatleta)





                                                        Salida con las primeras luces.  



                                    El autor del reportaje en una imagen captada en otra prueba. 




Javier Gil (derecha) al final de la prueba.       

1 comentario:

  1. ¡Grande Javier!, magnífico relato y se de lo que hablas, cuando dices: "que el límite lo pones tú", aun a pesar de no llegar a tus cotas. ¡¡Enhorabuena!!

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